Ese día, ambos perdimos muchas cosas. Perdimos el motivo de
nuestra lucha. Perdimos la exasperación y las ganas de seguir gritándonos.
Perdimos la voz que nos decía que nos tranquilizásemos. Perdimos los ojos que
siempre nos verían perfectos. Perdimos lo que más odiábamos en el mundo, y lo
que más amábamos a la vez. La perdimos a ella, y no había suficientes palabras en
el mundo para describir esa sensación.
Observé con cautela a Dante a mi lado, de pie, con las
pupilas perdidas en un vacío desolador y el gesto estático. No hablaba ni se
movía. Ni siquiera giraba la cabeza para devolverme la mirada. Estaba ahí
clavado, como una estatua. Eso me enfureció sobremanera.
-¿La querías? –pregunté. No había nadie más a nuestro
alrededor. Sólo una cama deshecha y restos de lo que en algún momento había
sido la habitación de Phoenyx.
Se produjo un incómodo silencio. Al final, decidió
contestarme.
-Eso no es de tu incumbencia.
-¿Y qué importa si es de mi incumbencia o no si ella ya no
está? –hablé un poco alto de más. Ese tipo me ponía histérico. Tan solemne, tan
recto, tan quieto. Tan imbécil.
-El que ya no esté no es un motivo para que tenga que
responder esa pregunta.
Eso me hizo estallar.
-Es tu puta culpa, ¿sabes? –siseé-. Si a ti no te hubiese
dado por aparecer y volverla loca, probablemente no estaríamos en esa
situación. Con tus metáforas y tus sinsabores no has hecho más que perjudicarla
y dañarla todo lo que podías y más. Y aún así, aquí estás, mirando su jodida
cama vacía como si te importara lo más mínimo –estaba vomitando las palabras a
modo de bilis-. Eres un hipócrita. Eres un cabrón hipócrita. Ella estaba bien sin
ti. Estábamos bien sin ti. Pero no, tenías que aparecer otra vez para volver a
tus estúpidos juegos. ¿Te gusta el resultado? ¿Era esto lo que querías?
Perfecto tío, has ganado. Has acabado con la única persona que podría quererte
más a ti que a ella misma, y no tienes ni la dignidad para admitirlo. Ni para
verlo. Ni para nada. Porque para ti, sólo existes tú y nadie más.
Sus ojos se clavaron en mí y por un segundo pensé que iba a
marcharse sin decir nada más. Sin embargo, lo que hizo fue acercarse con
rapidez y agarrar mi camiseta a modo de amenaza. Yo miré hacia abajo,
sorprendido.
-No vuelvas a decir que no me importaba –dijo en voz baja-.
No te atrevas a volver a pronunciar esas palabras. No te atrevas a echarme a mí
la culpa de que no esté aquí.
Coloqué mi mano sobre su muñeca y apreté.
-¿Qué bonito es convencerte de que no tienes nada que ver,
verdad? –solté una carcajada sarcástica-. Los errores conllevan consecuencias,
es algo que ya deberías haber aprendido. Y este ha sido tu mayor error, y lo
sabes. Sabes que eres responsable de esto, pero no puedes cargar con lo que has
hecho. Pobre de ti.
Dante soltó y se apartó para caminar en dirección a la
puerta. Antes de tocar el pomo, giró la cabeza y me dedicó una mirada de
soslayo.
-Voy a encontrarla. Donde sea, voy a encontrarla –susurró-.
Y cuando la traiga de vuelta, voy a dedicar el resto de mis días a recompensarla.
Y Caym, creo que sería bueno que recordaras que ella me escogió a mí. Por si te
habías olvidado.